Esta imagen se presenta como una escena salida de un oscuro gabinete de curiosidades: una naturaleza muerta íntima en la que convergen fruta, nueces e insectos en una composición casi teatral. En el centro de la composición dominan dos granadas: rojas, brillantes y llenas de textura. Su superficie irregular, con un ligero velo, parece cubierta por la pátina del tiempo. A su lado descansan dos nueces —una cerrada, la otra abierta— como si acabara de revelar su secreto. Varios granos de granada están esparcidos ante ellas, como joyas sangrientas, aparentemente al azar, pero con un efecto dramático.
Y luego está el escarabajo: imponente, negro, con un caparazón brillante y una forma intensamente plástica. Se trata de un ciervo volante (Lucanus cervus), cuyos imponentes “cuernos” aportan al conjunto un elemento extraño, casi mítico. En el contexto de la suavidad de la fruta y las cáscaras de nuez, el insecto parece un intruso —y sin embargo, también es una parte inevitable de esta historia de materia, tránsito y descomposición.
La paleta cromática es profundamente terrosa: predominan los tonos marrones, burdeos y la cálida pátina de la madera. El fondo es oscuro, casi con un claroscuro barroco, que resalta aún más las áreas iluminadas de la fruta y el escarabajo. La luz llega lateralmente, suave pero precisa —recalca texturas, la superficie mate de las nueces y el brillo liso del caparazón. Cada elemento tiene su espacio exacto y nada sobra.
La composición es estable, organizada horizontalmente, con un centro de gravedad equilibrado. Tiene el aire de una naturaleza muerta de los viejos maestros, pero al mismo tiempo algo contemporáneo —quizás ese escarabajo que rompe la idílica armonía e introduce una interrogante.
El impacto emocional es ambiguo: a primera vista, armónico y estéticamente atractivo, pero con una tensión latente que se revela al contemplarlo más tiempo. Hay algo morboso, quizá una metáfora de vida y muerte, fertilidad y decadencia. El espectador puede sentir tanto fascinación como una leve inquietud.
Esta imagen no trata solo de la forma, sino de la simbología —de las capas de significado. Es una narración visual sobre cómo incluso el elemento más pequeño —una semilla, una cáscara, un insecto— puede contener la huella de algo mayor. Algo que trasciende la belleza ordinaria.