menu
Esta imagen actúa como una carta silenciosa del herbario del tiempo —un estudio íntimo del otoño, que captura en detalle la superposición de hojas secas de un amarillo suave. Dispuestas unas junto a otras como plumas, forman un ritmo visual delicado, que ondula como el aliento de los recuerdos. Cada hoja tiene su propia textura, nervadura y tono, pero juntas funcionan como un cuerpo unificado —una partitura armónica del fluir.
Compositivamente, se trata de un juego de capas y líneas: las formas redondeadas de las hojas se repiten con ligeros desplazamientos, creando dinamismo dentro de la calma. Destacan especialmente algunos pecíolos, teñidos de rojo al final —un pequeño detalle que insinúa una emoción dentro de una paleta serena.
La gama cromática es cálida pero silenciosa —tonos apagados de ocre, beige y dorado contrastan con el fondo marrón oscuro, que otorga a la escena profundidad y dignidad. La luz es suave, uniforme, como si las hojas estuvieran bañadas por la claridad natural de una tarde tardía. Las sombras son sutiles, sin contornos duros —todo fluye, todo se desvanece.
La textura es protagonista —la superficie de las hojas parece casi táctil, como de papel, arrugada a veces como un pergamino. El fondo de madera en la parte inferior de la imagen aporta contraste y a la vez una sensación de anclaje —como si toda la escena sucediera sobre la mesa de un viejo botánico.
El efecto emocional de la fotografía es sutil pero profundo. Es una imagen de quietud, de tránsito, de la belleza encontrada en los detalles que suelen pasar desapercibidos. Invita al silencio, a la atención, al regreso a lo esencial. Como una despedida suave de lo que fue —pero con la certeza de que en cada capa hay memoria, y en la memoria, esperanza.